viernes, 9 de julio de 2010

Resistencias

La polémica está instalada, y los nervios de muchos, crispados. La mera posibilidad de que dos personas del mismo sexo puedan conseguir el estatus legal que otorga el matrimonio deja entrever que hay muchos más prejuicios de los que pensábamos, que no somos taaan civilizados como creíamos.

Es muy habitual escuchar gente que dice "no me fijo en lo que hacen los demás", "cada uno hace lo que quiere". Habría que ver cuánta de esta gente que no se fija en las elecciones que hacen los otros de verdad soporta algunas de ellas.

Hay, por un lado, una sociedad que se llama a sí misma civilizada y tolerante, y por otro lado, gente (mucha) que piensa que la sola existencia de una ley bastará para que sus hijos hagan una "elección equivocada".

Porque, por supuesto, hay que pensar en los niños. Cuánta hipocresía, por favor.

Como si los niños pudieran vivir en una nube de algodón y sin sexo ni sexualidad toda su vida. Como si los niños no tuvieran derecho a pensar distinto que sus padres el día que crezcan. Como si los niños fueran una entidad ajena a la sociedad, a la que hay que preservar quién sabe de qué males.

Los males de los que habría que preservar a muchos niños están constituidos por sus propios padres y madres, que no saben educar con amor, respeto y tolerancia hacia el prójimo. Creo que ya tuvimos suficiente de eso.

Creo que la ley (no sé, no la leí) no me obliga a casarme con una mujer, ni me obliga a asistir al casamiento o a pensar en un regalo para los novios ni a convivir con ellos; ni siquiera me sugiere que debería ir a a tirarles arroz al registro civil.

Lo que sí sugiere es la posibilidad de evolucionar para mejor, y da un paso en pos del respeto y la tolerancia hacia "el otro" o "lo otro" (oh, esa monstruosidad) de los cuales muchos carecen.

Déjense de joder, por favor.